¿Papi, qué es un partido con historia? Pregunta una nena, mientras camina tomada de la mano del padre rumbo al primer control policial. El padre la mira  una, dos, tres veces la mira. Como de costumbre su hija pregunta cosas que para él son naturales, que no las piensa. Deja de mirarla porque llega la hora de levantar los brazos para ser palpado por un joven policía. Al pasar hace el chiste de que lo palpe todo lo que quiera, total la pirotecnia y la falopa la tiene ella y señala a la niña. El policía no se ríe. El padre no lo sabe, pero tiene órdenes de no hablar con los “sujetos”. Así le dijo su superior: “no hables con los sujetos. Si te dicen algo, miralos como si les fueras a poner las esposas. Si se ponen cargosos, poneles las esposas”. El padre se salva sin saberlo. El policía también, hacer caso a esa orden lo hubiera llevado a perder la poca humanidad que no le robaron en la Escuela de Policía. Además, ese mismo chiste hacía su viejo cuando lo llevaba a la cancha. Mientras atraviesan el tramo que falta para empezar a subir las escaleras que desembocan en la tribuna local, el padre esboza una respuesta, partidos con historia son esos que querés ganar sí o sí, esos que no te importan ni los tres puntos, los querés ganar para torcer un poquito la historia. El padre piensa que no puede haberle dicho eso a su hija, que como va a entender la historia alguien que prácticamente no tiene pasado. Pero pa, la historia no se puede torcer, por eso es historia, retruca la nena. El partido todavía no arrancó pero el padre ya pierde uno a cero. Claro, la historia no se puede torcer, pero cuando los equipos salen a la cancha y rueda la pelota, no son solamente estos jugadores los que salen, ni somos solamente nosotros los que gritamos, gritan con nosotros los que estuvieron esa tarde que marcó este partido y lo volvió un partido con historia, explica el padre. Y los jugadores saben que no es un partido más, juegan con los fantasmas de aquella tarde, continúa inspirado. Es como que aquel partido se vuelve a jugar cada vez que nos chocamos con ellos, finaliza. El padre explica lo que no sabe que sabe, su hija lo hizo una vez más. Ahora es la niña la que piensa. Mientras mira las tribunas llenarse y las banderas a medio colgar. Piensa la niña que esta tarde va a gritar más fuerte y va a cantar más que nunca. Y le dice al padre, entonces hoy voy a cantar más fuerte que nunca, papi y le aprieta la mano. La niña no lo sabe, pero al padre se le hace un nudo en la garganta y recuerda. Recuerda esa tarde el padre, también tenía un nudo en la garganta. Por el partido, por el petiso ese que festejaba el empate dando vueltas alrededor del arco como si no supiera como gritarlo, por el dolor de ver lo que hacían con su cancha, por los jugadores rodeados por la policía, por todo eso y más tenía un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos. Y recuerda también llegar a la casa ese veintiséis de junio. No saluda a nadie, nunca va a poder agradecerle del todo a su esposa el silencio de aquella tarde. Va directo a la cuna de la beba que hoy es la niña, la alza y le canta, no, más que cantarle le susurra dulcemente: “River, mi buen amigo esta campaña volveremos a estar contigo…”. La misma canción que ahora cantan juntos tomados de la mano. Mientras los jugadores saltan a la cancha para intentar torcer la historia, un poquito, una vez más.

Juan Stanisci

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